EDITORIAL – EL AFROARGENTINO N° 10

TIRO AL NEGRO: El gatillo fácil es racismo. El racismo mata

Una mañana, tras finalizar su entrenamiento en la sexta división del Club Barracas Central, Lucas González y tres compañeros de equipo vuelven juntos a sus hogares en un mismo coche. De camino frenan en un kiosko a comprar un jugo. De pronto, un auto con tres personas se detiene a su lado.

Son policías de civil –identificados más tarde como Fabián Andrés López, Gabriel Isassi y Juan José Nieva–, apuntándoles con un arma, les exigen que se detengan. Ante el terror, los deportistas aceleran. Los policías responden a la fuga con disparos. Uno de los disparos impacta directamente en la cabeza de Lucas. Los otros tres futbolistas son detenidos sin ninguna razón y pasan la noche encarcelados. Lucas muere al otro día.

No se trató de su edad, ni de su ropa, ni a qué se dedicaba y mucho menos de si su barrio era o no el indicado. Hay una marca que es de nacimiento, esa marca que hace que su juventud sea un signo amenazante. Esa marca que, sin importar la ropa, hace que su cuerpo tenga aspecto de criminal, esa marca que indica que su barrio es peligroso y si ese cuerpo está en otro barrio se convierte en un cuerpo sospechoso. Esa marca determinó su lugar en el mundo antes de nacer, pues cuando uno es un negro, viene a este mundo, a este sistema-mundo, con una identidad asignada, identidad de objeto, de cosa.

Hugo, arquero de la cuarta división de juveniles de Barracas Central, entrevistado por la agencia de noticias del Estado (Télam) contó: “Lucas era un pibe bueno que todos los días venía a entrenar desde Florencio Varela y como la sexta entrena temprano él tenía que salir todos los días de su casa a las seis de la mañana; tenía cara de negrito como la mayoría de nosotros los que jugamos al fútbol porque ninguno salió de Nordelta, pero era un jugadorazo y una gran persona”.

Durante un par de días vamos a oír voces “autorizadas” indignadas, dolidas y hasta más de una exclamando ese patético lugar común “no lo puedo creer”. Es hora de que lo vayan creyendo, ¡el racismo mata! Y no solo mata como producto de la retórica pornográfica de la ultraderecha, y la no tan ultra, de “meter bala” por cualquier cosa y dejar como un queso gruyere a cuanto sospechoso se cruza. Lo que mata también es la indiferencia y la subestimación del fenómeno del racismo y sus consecuencias. No se trata solo de leyes que sancionen el racismo y capacitaciones a las fuerzas de seguridad. El problema es más profundo, pues de seguro serán muchxs lxs agentes que rindan esos exámenes y con una buena guía y formación los aprueben. Pero a la hora de poner un pie en la calle trabajan bajo órdenes que los obligan a actuar de un modo diferencial según en qué zona y ante qué tipo de ciudadanx tengan adelante. Es por eso que en las zonas blancas de la vida se identifican, solicitan las cosas con permiso y el arma siempre permanece enfundada, mientras que en las zonas negras de la vida desenfundan, disparan, después preguntan y encubren.

“A los chicos que detuvieron no los conozco porque venían a prueba, pero sabemos que son buenos pibes porque vienen de otros clubes y son como nosotros; vinieron al club por primera vez a probarse y se van así, tiroteados por la Policía por negritos” agregó el compañero de Lucas. Hugo lo tiene claro, no dice morochos, sabe que eso no define nada, él sabe cómo los llaman, cómo nos llaman, cómo nos ven. Él no se llama morocho, se llama negro. Él sabe que no se dice discriminación, se dice racismo.

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