“El racismo es estructural, viene con el capitalismo”

Por Federico Müller. Fotos Gisele Velázquez

“El primer paso para construir un mundo alternativo es rechazar la imagen del mundo implantada en nuestras mentes y todas las falsas promesas que se emplean en todas partes para justificar e idealizar la necesidad criminal e insaciable de vender. Es vitalmente necesario otro espacio.”, escribió el autor y crítico de arte John Berger en su célebre artículo Contra la gran derrota del mundo. Siguiendo esa línea de pensamiento, no existe posibilidad de cambiar el mundo sin identificar esas imágenes mentales implantadas por el capitalismo y el poder hegemónico. Construcciones que calan hondo en la forma en la que pensamos.

Una de esas ideas es que en la Argentina no hay negros. Eso es lo que dice el mito fundacional de nuestro país: Venimos de los barcos, somos blancos y europeos. Sería imposible poner en disputa esta “verdad” si no existiesen espacios, como los que menciona Berger, que funcionan como usinas de esperanza.

“La esperanza, sin embargo, es un acto de fe y tiene que estar sostenido por otras acciones concretas. Por ejemplo, la acción de acercarse, medir distancias y caminar hacia. Esto conducirá a colaboraciones que nieguen la discontinuidad. El acto de resistencia no significa sólo negarse a aceptar el absurdo de la imagen del mundo que se nos ofrece, sino denunciarlo”, dice Berger.

Uno de estos pulmones de resistencia es el Espacio Malcolm, que funciona como un lugar de encuentro para afrodescendientes: quienes trazan sus orígenes a los africanos que fueron traídos a América como esclavizados.

Definir a este caleidoscopio de actividades por una sola de sus caras no sería justo para el arduo trabajo que realizan, ya que por sobre toda otra clasificación que se le pueda dar, es un lugar donde abunda la esperanza. Microcine, librería, espacio cultural, peluquería, taller de hip-hop, local de venta de ropa afroamericana; todo eso viene después y abreva de la misma fuente: ser un lugar de encuentro donde se vive con orgullo la identidad afro.

No sorprenden las similitudes entre este espacio – a la vez relajado y vehemente- con quien lo dirige. Federico Pita, politólogo y referente de la Asociación Civil DIAFAR (Diáspora Africana de la Argentina), encadena conceptos uno atrás del otro, pero se asegura siempre de que el punto que quiere transmitir sea entendido dando ejemplos y aclarando definiciones.


Existe este mito de que los argentinos somos todos blancos e hijos de europeos. Sin embargo, los estudios genéticos y demográficos muestran que la realidad es otra ¿por qué persiste ese discurso?

Porque el proyecto nacional en el que vivimos tiene un interés profundísimo para mostrarnos como algo que no somos. Un país de blancos. Hemos comprado una versión incompleta y berreta de una argentinidad que no existe. La gente cree que no existe tal cosa como un negro argentino e ignora qué significa ser afrodescendiente. A lo sumo creen que es un término políticamente correcto para decir “negro”. Afrodescendiente quiere decir que uno es descendiente de los africanos que fueron traídos por la fuerza a América como esclavizados por las potencias europeas, como parte de un plan para desarrollar las colonias a expensas de ellos.

¿Cómo se ve reflejado esta “versión que no existe” en lo cotidiano?

Es un incentivo y una invitación constante para que todos formemos parte de un proyecto de país que nos vuelve tan homogéneos que al final desaparecemos. El mejor ejemplo de esta falsa consciencia es el acto del 25 de mayo. Es la fecha en la que celebramos lo que ya pasó y que ya no existe. En esa fecha pintamos a nuestros compañeritos con corcho quemado porque creemos que no hay pibes negros que puedan representar al esclavizado en la Revolución de Mayo. Eso es mentira. Los hay, pero no saben que son descendientes de negros. Está naturalizado. Te miras en el espejo y no te ves en negro. Nos estamos perdiendo lograr una versión más fidedigna de lo que somos los argentinos. Y ahí es cuando empiezan los silencios.

Federico Pita - Gisele Velázquez 1

¿Cómo es eso de los silencios?

Los silencios son terribles. Y no nos damos cuenta que están ahí hasta que empezamos a preguntar. Si se le pregunta a cualquier argentino por alguna rama de su familia que no bajó de los barcos a principios del siglo XX, inmediatamente te dicen “No, esos familiares son criollos”. Si fuesen criollos, descendientes de españoles de la colonia, muy posiblemente estarían viviendo de rentas. Lo que esconde ese silencio es que hay ancestros negros o de pueblos originarios. Eso nos pasa con muchas cosas, Argentina está hecha la mitad de cosas perdidas y la otra mitad de cosas inventadas.

Hay una similitud entre esto que decís y los reclamos que hacen otros colectivos: los pueblos originarios, el feminismo…

El racismo es estructural, viene con el capitalismo, con el sistema. Está anclado en estas “verdades” que no discutimos. Es tan solo uno de los conceptos sobre los cuales está basado el orden mundial. La idea de que las mujeres son inferiores a los hombres da origen al patriarcado. Que el hombre blanco es superior al negro da origen al racismo. Ni hablar del caso de los pueblos originarios en países como Argentina, donde la mayoría de la población desciende de habitantes originarios y se los sigue tratando como una minoría. Al principio intentaron sostener estas ideas con estudios científicos. Pero, aunque ese consenso se cayó, los modelos políticos que los impulsaron ya habían tomado cuerpo en las instituciones. Por eso decimos que la principal institución racista es el Estado-Nación. La máxima expresión está en nuestra Constitución Nacional, que en el artículo 25 dice que se debe fomentar la inmigración europea. Si eso dice nuestra ley suprema, imaginemos de ahí para abajo.

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En las universidades se enseñan visiones diferentes a las que mencionas. Se critica al patriarcado y al capitalismo, ¿no sucede lo mismo con el racismo?

Se lo critica, pero no a ese nivel. Faltan afrodescendientes en la universidad. No hay ninguna ley que diga que un negro no puede ir a la UBA, pero cuando uno va a las aulas evidentemente algo pasa. La mayoría responde a un fenotipo blanco. Y los que van a la universidad y no responden a ese fenotipo igual creen que son blancos. Y por eso no tenemos jueces o políticos afroargentinos. No están. No toman decisiones. Ojo que esto no es un fenómeno solo de la Argentina. Si existiese algún país que no fuese racista nos mudaríamos ahí todos, cómo lo haríamos si hubiese un país que no fuese patriarcal. Brasil con la población negra que tiene debería haber tenido varios presidentes afrodescendientes, de todas las ideologías políticas. ¿Cuántos tuvo? ¿Cuántas más mujeres presidentas deberíamos haber tenido nosotros? ¿Cuántos afrodescendientes con conciencia negra estudian periodismo?

Ese vacío parece tentador para quien sin ser afro tiene acceso a la palabra. Algo así como esa fantasía de ponerse en la posición de ser el blanco salvador que va a contar la historia de los negros.

Hay una línea muy fina entre seguir siendo cómplice del silencio y pasarte de mambo y apropiarte del discurso. Está esa tentación de “darle la voz” al otro que casi siempre termina mal. Toda edición, todo recorte, tiene ese riesgo. El ego pesa mucho. El periodista tiene esa necesidad de decir que se dio cuenta de que era un ignorante y se deconstruyó y abrió los ojos. Y aunque dan los espacios para que se escuchen nuestras voces, casi siempre se guardan esa última línea donde meten su opinión y la cagan.

Nota Revista RUDA