INCLUSIVE . LA REVISTA DEL INADI N.° 1 AÑO 1 2020
Por Federico Pita
Racismo: un fenómeno de arriba hacia abajo
El racismo es un fenómeno social, político y cultural que se cimenta en tres niveles: estructural, institucional e individual/interpersonal; es un fenómeno que nace de arriba hacia abajo, esto quiere decir que está en las estructuras mismas del sistema-mundo, que es parte nodal de las relaciones sociales, culturales y políticas con las que se organizan nuestras sociedades capitalistas modernas.
Coloquialmente se suele hablar de racismo como una situación de percepción, que varía de acuerdo a la sensibilidad de las personas, y donde los sujetos con conductas racistas impregnan las normas sociales, afectando el sistema de relaciones. Para poder abordar correctamente el fenómeno es de suma importancia corregir este error pues se trata,
justamente, de todo lo contrario. En palabras de los intelectuales y activistas afroestadounidenses Stokely Carmichael (Kwame Ture) y Charles V. Hamilton (1967):
El racismo es a la vez franco y encubierto […] El primero consiste en actos manifiestos de individuos que causan muertes, daños, heridas o la destrucción violenta de la propiedad. Este tipo pueden registrarlo las cámaras de televisión y con frecuencia puede
observarse en el momento de su comisión. El segundo tipo es menos franco, mucho más
No podemos asumir que el racismo es sobre todo un problema para aquellos
que lo padecen. El racismo distorsiona y corrompe instituciones y mentes, crea una
asunción de superioridad, produce el privilegio blanco…
Ángela Davis, intelectual y académica afroestadounidense
En la Argentina el racismo no tiene grieta.
María Fernanda Silva, diplomática afroargentina
sutil, menos identificable en relación con los individuos específicos que cometen los actos […] Cuando una familia negra se muda a una casa de un barrio blanco y es apedreada, quemada o expulsada, es víctima de un franco acto de racismo individual que condenara mucha gente, por lo menos de palabra. Pero es racismo institucional el que tiene encerrada a la gente negra en viviendas ruinosas de barrios miserables, sometida a ser presa diaria de los amos del barrio, los comerciantes, los prestamistas voraces y los agentes discriminatorios de bienes raíces. […] Individuos “respetables” pueden absolverse a sí mismos de toda inculpación individual: no pondrán nunca una bomba, no apedrearán a una familia negra. Pero siguen apoyando a los funcionarios y las instituciones políticas que perpetuarán y perpetúan políticas institucionalmente racistas. Estos actos de franco racismo individual no pueden representar a la sociedad, pero sí la representa el racismo institucional, con el apoyo de actitudes racistas individuales encubiertas (p.10-11).
El racismo en su dimensión estructural es el conjunto de procesos, prácticas y estructuras que reproducen la inequidad racial. El racismo estructural se sustenta en la ideología de la supremacía racial blanca/ inferioridad racial negra, ideología conocida originalmente como racismo científico o biologicista que dividía a la raza humana en subrazas y, a su vez, las jerarquizaba. Esta ideología gozó de buena salud en el siglo XX. Por ejemplo, hasta el día de su muerte en 1923, Joaquín V. González impulsaba la eugenesia como política de Estado en materia migratoria, en vistas de “mejorar nuestra
raza”: Cuando hablo de razas inferiores, lo hago a toda conciencia, porque yo no soy de
los que sostienen que todos los hombres son iguales, sino en sentido político … Bien; las
razas inferiores, felizmente, han sido excluidas de nuestro conjunto orgánico; por una
razón o por otra, nosotros no tenemos indios en una cantidad apreciable… No tenemos
negros; los que introdujeron, en abundancia… han desaparecido también; no se avienen a nuestro medio social (González, 1913, p. 790).
En términos científicos esto ha sido superado, especialmente a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, entendiendo que la raza humana es una sola. La ideología de la supremacía racial blanca/ inferioridad racial negra, no obstante, permanecería inmutable a nivel institucional. En el caso argentino, el racismo institucional se encuentra reflejado en el mismo texto de nuestra Constitución Nacional; su artículo 25 reza:
El Gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros
que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las
ciencias y las artes.
Los cerebros detrás de la organización nacional de la República Argentina fueron los de la llamada generación del ‘37, entre ellos Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. A Sarmiento le debemos el mito fundante de la argentinidad: civilización o barbarie; a Alberdi, la Constitución de 1853. Ambos despreciaban por igual a los negros, a los indios y a los gauchos (las “razas inferiores”) y coincidían en que importar masivamente cuerpos blancos europeos mejoraría la raza argentina, a través de la purificación de la sangre.
Aun cuando la Constitución de 1853 fue reformada por última vez en 1994, el artículo 25 no fue ni derogado ni modificado.
Por qué hablar de raza hoy
Como ya establecimos anteriormente, la raza es una sola y es la humana. Sin embargo, el racismo y las divisiones raciales jerarquizadas continúan operando. La falta de estadísticas que den cuenta de la realidad de las poblaciones racializadas es una de las consecuencias de no hablar de raza en términos políticos y sociales. Solo a partir
de diagnósticos certeros existirá la posibilidad de diseñar políticas públicas eficaces. De ahí la necesidad de rescatar la categoría raza para un análisis más fiel de nuestra realidad.
En Argentina, a menudo se sostiene que el clivaje que caracteriza a nuestra sociedad se dirime únicamente desde una perspectiva de clase. Una mirada más atenta advierte que la raza juega un rol preponderante en la distribución de la población en los distintos estratos económicos. Agustín Lao Montes (2020) lo explica de este modo: El hecho de que la raza es una construcción histórica tampoco debe negar su existencia social, su ontología y materialidad como discurso que configura identidades e influye de manera significativa en las condiciones de opresión y por ende en las gestas de liberación y posibilidades de vida o muerte. La racialización es un factor importante para determinar procesos y relaciones en una infinidad de espacios sociales, desde donde vives y trabajas, si estás libre o en prisión, hasta con quienes establecés relaciones íntimas y familiares (pp. 136-137).
Racializar el conflicto de clases en Argentina es esencial para comprender cabalmente nuestros procesos político-sociales. En nuestro país la categoría negro/a tiene un espectro más amplio que en otras latitudes, pues no se refiere únicamente a
la población afrodescendiente. Los negros, indios, negros villeros, planeros, villeros, cabecitas negras son los afrodescendientes y los pueblos originarios o una mezcla de ambos. Las “razas inferiores” que despreciaban Sarmiento, Alberdi, González, Ingenieros y tantos otros.
Racismo criollo
El racismo, fenómeno global y de características estructurales y sistémicas, toma cuerpo
en su nivel institucional. Se ha extendido en Argentina un discurso que sostiene que en nuestra sociedad el racismo no existe, que se trata de un fenómeno propio de países donde la población afrodescendiente es mayoritaria o donde es más visible, como puede ser el caso de Estados Unidos o Brasil. Lo cual es lo mismo que sostener que la
mayoría de los argentinos somos descendientes de blancos europeos y, fundamentalmente, que no tenemos población autóctona negra. La pregunta que cabe hacerse es: ¿cómo un país que supo tener más del 30 % de su población de origen africano desconoce hoy en día la existencia del colectivo afrodescendiente? La respuesta se encuentra en el racismo institucional argentino o lo que podríamos llamar “racismo criollo”. Éste se sustenta sobre tres pilares: la invisibilización, la negación y la extranjerización de los colectivos racializados.
La necesidad que tuvo el mito fundante civilizatorio de la Argentina de homogeneizar a su población (bajo el rótulo “descendientes de los barcos europeos”) obligó a iniciar y sostener un proceso de invisibilización de nuestras grandes mayorías poblacionales, los pueblos originarios y los afrodescendientes, para omitir su presencia en el relato nacional. Este proceso se realizó a través de manipulación de registros estadísticos (eliminación de las categorías étnico-raciales, creación de categorías de ocultamiento racial como “trigueño/a”), invisibilización historiográfica (relatos de una esclavitud benigna y de alistamientos patrióticos masivos, etc.) y exterminio simbólico (nativismo, estilización del gaucho, sobrerrepresentación de los europeodescendientes). A medida que se fortalecía el proceso inmigratorio, crecía la presión democratizadora de los inmigrantes europeos recién llegados sobre la oligarquía criolla eurodescendiente. Esa puja queda plasmada, por ejemplo, en la Reforma universitaria de 1918 que propició
una movilidad social ascendente para estos sectores, colaborando en su acumulación de capital económico, cultural y simbólico en favor de los eurodescendientes y en perjuicio de los pueblos originarios y afrodescendientes. En el campo político, estos sectores son marginados y su aporte a la construcción del Estado nacional moderno es soslayado. La subrepresentación o casi nula de los sectores racializados en los espacios de poder, de
toma de decisión, sintetiza la tensión y el clivaje racial que caracteriza el racismo criollo. Existe un contraste entre, por ejemplo, la población carcelaria y de los barrios populares –marcadamente racializadas– y los integrantes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en los últimos cien años, todos europeodescendientes. El escritor y poeta afroporteño Horacio Mendizábal, hace 150 años, nos decía: ¿Tendríais horror de ver un negro sentado en el primer puesto de la república? ¿Y por qué, si fuese ilustrado como el mejor de vosotros, recto como el mejor de vosotros, sabio y digno como el mejor de vosotros? ¿Tan solo porque la sangre de sus venas fue tostada por el sol de África en la frente de sus abuelos? ¿Tendríais horror de ver sentado en las bancas del parlamento a un hombre de los que con tan insultante desdén llamáis mulato, tan solo porque su frente no fuese del color de la vuestra? Si eso pensáis, yo me avergüenzo de mi pueblo y lamento su ignorancia. De la segunda mitad del siglo XX en adelante, con la multiplicación de medios de comunicación masiva y la sofisticación de los dispositivos de
propaganda, se termina por naturalizar el relato de una sociedad argentina homogénea en términos étnico-raciales. En el caso el de los afrodescendientes argentinos, hablamos incluso de negación porque existe una extensa bibliografía que no sólo omite información, sino que directamente niega la existencia de población afrodescendiente argentina, lo cual es reproducido y citado de manera sistemática.
El tercer pilar sobre el cual descansa el racismo en nuestra sociedad es la extranjerización de la población racializada. Sostener el mito de la sociedad blanca-europea conlleva necesariamente la expulsión de los elementos racializados del cuerpo nacional. En consecuencia, los habitantes de las provincias de nuestra región norte son tratados como bolivianos, a los mapuches en el sur se los acusa de chilenos infiltrados, a los afrodescendientes argentinos se los confunde con uruguayos o brasileros (o en su defecto, africanos senegaleses), etc. Las guerras por la independencia y la organización nacional que hicieron posible la República fueron libradas, en su mayoría, por y en los cuerpos de las poblaciones originarias y afrodescendientes, hoy tratados como extranjeros en su propia tierra.
Raza y género
En los últimos tiempos, el movimiento de mujeres ha logrado penetrar en la política de masas como pocas veces se ha visto en nuestro país. La incorporación del análisis de la intersección entre género y raza es una lucha que comienzan a dar las mujeres racializadas dentro del movimiento. La interseccionalidad, el reconocimiento de la simultaneidad de opresiones (raza, clase y género), es el gran aporte epistemológico del Feminismo Negro al mundo entero. Sueli Carneiro (2005), intelectual feminista afrobrasilera explica: Si el feminismo debe liberar a las mujeres, debe enfrentar virtualmente todas las formas de opresión. Desde este punto de vista se podría decir que un feminismo negro, construido en el contexto de sociedades multirraciales, pluriculturales y racistas —como son las sociedades latinoamericanas— tiene como principal eje articulador al racismo y su impacto sobre las relaciones de género dado que él determina la propia jerarquía de género de nuestras sociedades. […] El racismo establece la inferioridad social de los segmentos negros de la población en general, y de las mujeres negras en particular; operando además como factor divisionista en la lucha de las mujeres por los privilegios que se instituyen para las mujeres blancas. Desde esta perspectiva, la oposición de las mujeres negras contra la opresión de género y raza viene diseñando nuevos contornos para la acción política feminista y antirracista, enriqueciendo tanto la discusión racial, como la de género (p. 21).
Aplicado al contexto argentino, se trata de entender cómo opera el racismo en torno a las reivindicaciones de los sectores hegemónicos del movimiento de mujeres. Tomemos, por ejemplo, el reclamo por la paridad de género en el Congreso: si las mujeres llegaran a ocupar efectivamente el 50 % de las bancas, a juzgar por la composición étnico-racial de las listas en las últimas diez elecciones, estaríamos en condición de asegurar que las mujeres racializadas quedarían marginadas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de racismo?
En América, la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista. La posterior constitución de Europa como
nueva identidad después de América y la expansión del colonialismo europeo sobre el
resto del mundo llevaron a la elaboración de la perspectiva eurocéntrica de conocimiento y con ella a la elaboración teórica de la idea de raza como naturalización de esas relaciones coloniales de dominación entre europeos y no-europeos. Históricamente, eso significó una nueva manera de legitimar las ya antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad / inferioridad entre dominados y
dominantes. Desde entonces ha demostrado ser el más eficaz y perdurable instrumento
de dominación social universal, pues de él pasó a depender inclusive otro igualmente
universal, pero más antiguo, el intersexual o de género: los pueblos conquistados y dominados fueron situados en una posición natural de inferioridad y, en consecuencia,
también sus rasgos fenotípicos, así como sus descubrimientos mentales y culturales.
De ese modo, raza se convirtió en el primer criterio fundamental para la distribución de
la población mundial en los rangos, lugares y roles en la estructura de poder de la nueva sociedad. En otros términos, en el modo básico de clasificación social universal de la
población mundial (Aníbal Quijano, 2000, p. 246).
El racismo estructural, la interacción de políticas y prácticas institucionales que distribuyen ventajas y desventajas a los diferentes grupos sociales (que se acumulan de generación en generación), representa serios límites a la democracia, al goce pleno de los derechos civiles, políticos y humanos. Las desventajas acumuladas históricamente
se traducen en desigualdades económico-sociales y políticas (falta de representación política, brecha de riqueza, acceso a la tierra, vivienda, encarcelamiento, mortalidad infantil, violencia institucional, etc.), las cuales guardan estrecha relación con el
origen étnico-racial de los grupos: las poblaciones originarias y afrodescendientes son los grupos más vulnerados. Sobre esos procesos se cimentó la inequidad racial que se sostiene aún hoy.
REFERENCIAS
Carmichael, S. & Hamilton, Ch. V. (1967). Poder negro. La política de la liberación en Estados Unidos. México: Siglo XXI.
Carneiro, S. (2005). Ennegrecer al feminismo: La situación de la mujer negra en América Latina desde una perspectiva de género. En Curiel, O. (Comp.), Nouvelles Questions Féministes, volumen 24. México D.F.
Congreso de la Nación (1913) Diario de sesiones de la Cámara de Senadores, volumen 20 (p. 790). Senado de la Nación.
González, J. V. (1931). El Censo Nacional y la Constitución. Buenos Aires: Instituto Cultural Joaquín V. González.
Lao-Montes, A. (2020). Contrapunteos Diaspóricos: Cartografías Políticas de Nuestra Afroamérica (pp.136-137). Bogotá: Universidad del Externado.
Mendizábal, H. (1869). Horas de meditación. Buenos Aires, Argentina.
Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En Lander, Edgardo (Comp.) La colonialidad del Saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas (p. 246). Buenos Aires: CLACSO.
Ximénez de Sandoval, P. (2016, 4 de abril). Ángela Davis: “La pena capital es racista”. El País. Recuperado de: https://elpais.com/cultura/2016/03/28/
babelia/1459189843_207458.htm